lunes, 4 de febrero de 2008

SANGO


Otra leyenda nos cuenta que, Sàngó reinaba como cuarto Rey de Òyó, al este de la actual Nigeria.

Se mantuvo durante siete años en el poder.

A pesar de los altibajos de su gobierno, se le atribuyen muchas campañas victoriosas.

Sin embargo, sus éxitos no se debían exclusivamente a su gran heroísmo, sino también a determinados dones mágicos, por la boca y la nariz podía echar fuego y humo, lo que hacía huir a sus enemigos y ser temido por sus subordinados.

Entre sus artes mágicas se encontraba también un procedimiento para originar el rayo.

Cuenta la mitología que un día subió en compañía de sus hombres de confianza al monte, al pie del cual se encontraba su palacio.

Durante el camino decidió de pronto que debía poner a prueba su medicina de rayo, porque dudaba de su eficacia, se produjo una tormenta, desde el cielo se dispararon rayos y en muy pocos segundos convirtieron el palacio en un mar de fuego.

La mayoría de sus mujeres y todos sus hijos fueron víctimas de las llamas.

Con el corazón destrozado Sàngó abdicó.

Dejó Òyó, para buscar refugio en Elempe, al norte de la tierra Nupe de su abuelo materno.

Sus súbditos recurrieron incluso a la violencia para hacerle regresar.

Sin embargo Sàngó dirigía su espada contra todo el que se le interponía.

Le prometieron sustituir las mujeres perdidas, de forma que volviera a tener hijos, pero nada pudo hacerle cambiar de opinión.

De manera que, acompañado de unas pocas personas de su confianza, entre ellas su mujer preferida, Oya, se dirigió hacia Elempe.
Durante el camino sus acompañantes no tardaron en lamentar haberle acompañado y dieron media vuelta. Incluso Oya, su fiel esposa, perdió el coraje cuando llegaron a Ira, su ciudad de origen.

Solo, Sàngó tampoco quería seguir, pero su orgullo le impedía dar marcha atrás.

Así pues decidió poner fin a su vida.

Sobre la manera en que hizo efectiva su decisión existen varias historias.

Una versión legendaria no le permite una muerte normal sino que le hace penetrar en el suelo; en Koso, mientras permanecía sentado bajo un árbol de la manteca (Butyrospermum parkii), rayos y truenos sacudieron súbitamente la tierra, en la que se fue hundiendo poco a poco.

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